Cara a cara con Júpiter: el rey de los planetas revela sus secretos
La Nacion / A cinco años de su lanzamiento a bordo de un cohete Atlas V, que partió de Cabo Cañaveral, y después de recorrer 716 millones de kilómetros a 320.000 km por hora, la nave Juno estaba lista esta madrugada para dejarse capturar por el abrazo gravitatorio del más gigantesco de los integrantes de la familia solar. Se trata de Júpiter, esa inmensa bola compuesta casi totalmente de hidrógeno y helio, y con más de 60 lunas, que moldeó gran parte de nuestro vecindario cósmico.
Ubicado a cinco veces la distancia que separa la Tierra del Sol, el señor de los planetas es una estrella frustrada. Hace 4500 millones de años, en la infancia del Sistema Solar, aglutinó una enorme nube de gas y polvo estelar y duplicó en masa a todos los demás planetas y asteroides combinados. Pero tan grande como su tamaño es la fascinación que provocan sus misterios. Por ejemplo, su campo electromagnético, que multiplica 18.000 veces el de la Tierra. Y su estructura: se cree que podría tener una capa de hidrógeno metálico, algo que no existe en la geografía terrestre, y un núcleo sólido, lo que indicaría que se formó lentamente, como otros planetas, y no en un estallido de la gravedad, como las estrellas.
Juno, que lleva el nombre de la esposa y hermana del dios mitológico, fue enviada a responder estas preguntas. Desde hoy, y durante 20 meses, se dedicará a auscultar Júpiter desde una órbita polar muy elíptica para evitar los estragos que la magnetósfera joviana y su intensa radiación podrían infligir en sus equipos.
“Lo que tiene de particular esta misión -cuenta el astrónomo Diego Bagú, uno de los directores del Planetario de La Plata- es que la sonda se va a acercar más que nunca a las capas superficiales del planeta, hasta unos 4160 km, algo impresionante en términos cósmicos. Pensemos que un avión de línea vuela a 10 km de altura.”
Juno llega a orbitar alrededor del gigante gaseoso después de varias otras sondas, entre las que se encuentra Galileo, que lo visitó en 1995 y voló entre sus satélites. Armada de ocho instrumentos que viajan dentro de una gruesa bóveda de titanio para protegerlos de la radiación, girará diez veces más cerca que cualquiera de las nueve sondas que lo visitaron antes, cartografiará su campo magnético e intentará develar los secretos de sus auroras.
Agustín Sánchez Lavega, catedrático de la Universidad del País Vasco, explica en El País que Juno no sólo pretende resolver cómo se genera el campo magnético de Júpiter, “el más intenso del Sistema Solar”, sino también “explorar la posibilidad de que alguna de sus lunas, como Europa, albergue vida y evaluar la cantidad de agua que guarda su atmósfera, ya que su masa descomunal le permitió mantener su composición original más o menos intacta”.
Si se tiene en cuenta que gran parte de los planetas extrasolares descubiertos son gigantes gaseosos, los registros que envíe la sonda serán claves para dilucidar misterios de mundos que están más allá.
Juno es también la primera misión que llega tan lejos con propulsión solar, una rareza entre las enviadas al espacio profundo, en regiones que reciben 25 veces menos luz que la Tierra. Hasta ahora, siempre se había elegido la propulsión con plutonio 238.
En piloto automático desde el jueves último, la maniobra de inserción se iniciaba 18 minutos después de la medianoche y presentaba dificultades tecnológicas de primer orden.
Después de apuntar sus paneles en la dirección opuesta a nuestra estrella y de ubicar su motor en la posición correcta para disminuir la velocidad, debía pasar de dos a cinco rotaciones por minuto para dejarse capturar por la órbita del planeta.
“Está brava la cosa -comenta desde México, donde se encuentra para dar una charla, Miguel San Martín, ingeniero argentino que fue responsable del descenso del Curiosity en Marte-, pero interesante. No sólo el campo magnético, sino también la radiación son muy dañinos para las cámaras y todo el instrumental que mantiene viva la sonda. No es común diseñar para esa exigencia.”
Según explica San Martín, Juno tenía que utilizar la energía de sus paneles solares para operar toda la electrónica del vehículo en esos parajes donde la radiación del Sol es muy tenue. “Para poder hacer la maniobra de inserción, debía apuntar los paneles fuera de la línea del Sol y usar sus baterías -aclara-. Tuvo que descargarse, terminar las actividades previstas e inmediatamente apuntar los paneles al Sol antes de que las basterías se extinguieran. Es un momento dramático; por decirlo de alguna manera, la nave se desangra.”
Minutos de terror Encender el cohete británico que le permite corregir el rumbo y colocarse en posición para entrar en órbita fue sólo el primer paso de un proceso que durará meses.
Como explica George Musser en Scientific American, el motor está programado para una ignición de 35 minutos que reduciría la velocidad de Juno, de alrededor de 58 km por segundo, en un uno por ciento.
Las dos primeras órbitas durarán 54 días cada una y llevarán a la nave, primero, a 4500 km por encima de las nubes, y luego la lanzarán hasta alcanzar 8,1 millones de kilómetros de distancia. Durante la maniobra, los instrumentos científicos se apagarán y sólo se recibirán señales sonoras transmitidas a través de la antena de seguridad.
“Entrar en Marte es extremadamente exigente -cuenta San Martín-. Hay tantos eventos mecánicos que tienen que darse a la perfección… Pero también en este caso serán minutos de terror. Ninguna de estas maniobras perdona. Si por algún motivo el motor que frena la nave se apagara antes de los 35 minutos, sería catapultada de nuevo hacia el sistema joviano para no volver. Si se ejecuta por lo menos durante 20 minutos, por ahí se puede salvar.”
Por otro lado, como los mensajes entre la sonda y la base terrena demoran 48 minutos en llegar, sería imposible enviarle correcciones. “De todos modos -agrega San Martín-, Juno tiene «instinto de supervivencia»: si sus equipos se resetean por la radiación, está programada para volver a «subir» su sistema. Uno nunca está ciento por ciento seguro de lo que va a pasar, es un momento de mucho suspenso, y eso es lo lindo. Para hacer avanzar las fronteras del conocimiento hay que tomar riesgos, pero el fruto es fantástico, vale la pena.”
A mediados de octubre, Juno encenderá de nuevo sus motores para trasladarse a una órbita que le permitirá visitar el planeta cada 14 días. “Se acerca y sale disparada -ilustra Bagú-. A los 14 días vuelve.”
Esto le permitirá completar 37 giros y muchísimas mediciones científicas hasta el 20 de febrero de 2018, cuando la misión, de 1100 millones de dólares, se inmolará en la atmósfera joviana.
Un dato singular es que una de las investigadoras principales de la misión Juno es una joven astrofísica argentina, Yamila Miguel. “Hizo su doctorado en la Universidad de La Plata y un posdoctorado en el Instituto Max Planck de Heidelberg -cuenta Bagú-. Hace un año está en el Observatorio de la Costa Azul, Francia, donde se especializó en el estudio de la formación de sistemas planetarios y, en especial, de los gigantes gaseosos.”
“Más allá de lo científico, el desafío tecnológico que representa esta misión es superlativo -concluye Bagú-. Es admirable lo que lograron. Es la aventura espacial del año.”
LA NACION Sociedad Ciencia