Apostar por la industria química
La industria química española cerró el pasado ejercicio con una cifra de negocios de 56.400 millones de euros, un 13,3% más que la registrada al inicio de la crisis en 2007, e incrementó su contribución al producto industrial bruto hasta el 12,4%, convirtiéndose así en el segundo sector industrial que más valor añadido aporta a nuestro país, solo por detrás de la alimentación. Sus ventas en mercados exteriores alcanzaron también el pasado año la cifra de 32.000 millones de euros, dato clave para entender el crecimiento del sector en un entorno económico en el que se ha destruido en los últimos siete años prácticamente la cuarta parte del tejido industrial español.
Si bien la capacidad de penetración en mercados internacionales ha sido la clave para mantener la actividad productiva, al margen de ciclos económicos más o menos coyunturales, el futuro del sector químico se halla en su capacidad de innovación.
Es importante subrayar que la heterogeneidad de la química española, generadora de miles de productos diferenciados, que se hallan tanto al inicio de la cadena de valor de la práctica totalidad de los sectores (petroquímica, materias primas plásticas, gases industriales, agroquímica…), como directamente en mercados de consumo (farmaquímica, detergencia, cosmética, pinturas…), nos permite mantener una visión privilegiada del conjunto del ciclo económico y del comportamiento de la demanda global, permitiendo, a su vez, orientar con mayor nitidez las líneas de investigación básica, la innovación aplicada y el desarrollo tecnológico que precisamos.
El año pasado, el informe de la consultora Prognos analizaba el futuro comportamiento a escala global de los sectores hasta 2030, poniendo de relieve que el sector químico será la industria manufacturera que mayor crecimiento experimente en el periodo, con un incremento productivo anual de 4,5 puntos porcentuales cada año. La causa de esta notable proyección se encuentra, esencialmente, en la capacidad innovadora que la química presenta y su intervención en toda la actividad productiva para ofrecer respuestas adecuadas tanto a las necesidades esenciales, como la salud, la alimentación o la disponibilidad de energía y agua, como a los sectores más avanzados, como la ingeniería, el transporte, la edificación o las telecomunicaciones. Es decir, la química tendrá que proveer de medicamentos que sigan incrementando la esperanza y calidad de vida, de productos agroquímicos que multipliquen el rendimiento de los cultivos, de tecnologías para aumentar la producción y el consumo eficientes de agua y energía, de materiales y productos que mejoren el rendimiento y la sostenibilidad de todos los medios de transporte, de materiales innovadores y tecnologías que permitan desarrollar ciudades inteligentes, de nuevos soportes para almacenamiento y transmisión de datos…
España debe formar parte de este futuro y tratar de ofrecer una competividad atractiva